b r a i n s t o r m s

a h o r a l e d i c e n p r o s a

jueves, 12 de agosto de 2010

Llama a la noche con tu voz, esta vez yo seré el Sol sin luz.

Desgarrá el cielo para que sangre melodías del mar, del cielo, la lluvia, el aire, la tierra. No se por qué todo tiene distintos nombres. Amor, sonrisas, abrazos, besos, manos, silencio, espera, ansia, odio, amor.
Polvo, polvo.
Con tanta facilidad me olvido que no sé, y creo que sé. Creo saber por qué estoy acá y pongo una compleja explicación frente a todo para mecerme en mi asquerosa comodidad, para así cerrar los ojos y creer que fue un día útil. Entonces pienso que esto de los horarios tiene mucho sentido, que ya no me acuerdo de vos, que la musiquita es cosa de bobos y que mañana debería limpiar la casa. Entonces sí, me olvido. De tu sonrisa, de que al fondo de ese placard hay un estuche viejo que guarda una guitarra con el alma rota, de que a esta edad yo debería estar en cualquier lugar menos acá, de que había jurado no morir en una oficina, ni irme de vacaciones a Pinamar. Y me hundo, en la asquerosa comodidad de mi sommier de dos plazas. Mientras las paredes se derriten yo me hundo en la oscuridad de una mente que ya ni siquiera crea cuando duerme, sino que se apaga, hasta que esa horrible máquina de doce números y dos agujas vuelve a hacer su maldita gracia, como todas las mañanas hace su maldita gracia, y no sólo me dice, en su maldito idioma monofónico, que ya es hora de agarrarme como pueda para salir a flote de esa asquerosa comodidad de sacos de alas rotas con perfume a jardín inglés. Dice que sus agujas ya dieron dos vueltas, y ya son varias las vueltas, y cada vez que hace su gracia como todas las mañanas, no tengo las fuerzas para salir a flote de ese mar horrendo.
Porque quizás sea así mejor.
Porque no tengo las fuerzas.
Porque sólo ahí recuerdo.
La guitarra del fondo del placard.

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